miércoles, 29 de julio de 2015

Freud, S (1914): Recordar, repetir, reelaborar

Se plantea la labor de deducir de las ocurrencias espontaneas del analizado aquello que no conseguía recordar. La resistencia ha de ser burlada por la interpretación y la comunicación de sus resultados al enfermo.
El médico revela al enfermo resistencias que él mismo desconoce y una vez vencidas, el sujeto relata sin esfuerzo situaciones olvidadas.
Naturalmente, el fin de esta técnica ha permanecido: la supresión de las lagunas del recuerdo (en lo descriptivo) y el vencimiento de las resistencias de la represión (en lo dinámico).
El analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo sino como acto. Lo repite sin saber que lo hace.
Ejemplo: el analizado no cuenta que recuerda haberse mostrado rebelde a la autoridad de sus padres sino que se conduce de esta forma con respecto al médico.
Ejemplo II: el analizado no recuerda haberse avergonzado intensamente de ciertas actividades sexuales y haber temido que los demás lo descubriesen sino que se avergüenza del tratamiento y procura mantenerlo en silencio.
No dejará iniciar la cura con tal repetición.
Cuando en el curso del análisis se hace hostil o muy intensa la transferencia, el recuerdo queda sustituido en el acto por la repetición y así las resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones. El enfermo extrae del arsenal del pasado las armas con las cuales se defiende contra la continuación de la cura y de las cuales hemos de ir despojando poco a poco.
Hemos visto que el analizado REPITE en lugar de RECORDAR, y que lo hace bajo las condiciones de la resistencia.
¿Qué es lo que repite?
Repite lo incorporado a su ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizadas y sus rasgos patológicos. La enfermedad del analizado no pude cesar con el comienzo del análisis y no debe tratarse como un hecho histórico sino como una potencia actual. Poco a poco vamos atrayendo a cada uno de los elemento de la enfermedad y haciéndolos entrar en el campo de acción de la cura, y mientras el enfermo los va viviendo como algo real, vamos nosotros practicando en ellos nuestra labor terapéutica.
La iniciación del tratamiento trae ya consigo una modificacion de la actitud consciente del enfermo ante su enfermedad. Generalmente se ha limitado a dolerse de ella y a despreciarla sin estimar su importancia. El sujeto ha de tener el valor de ocupar su atención con los fenómenos de su enfermedad, a la cual no debe ya despreciar sino considerar como adversario digno, como una parte de su ser, fundada en motivos importantes y de la cual podrá extraer valiosas enseñanzas para su vida ulterior.
De esta forma preparamos desde un principio la reconciliación del sujeto con lo reprimido que se manifiesta en sus síntomas y por otro lado concedemos a la enfermedad un margen de tolerancia. Si la nueva relación con la enfermedad agudiza algunos conflictos y hace pasar a primera línea otros síntomas, podemos “consolar” al sujeto observándole que se trata de agravaciones necesarias pero pasajeras.
El triunfo de la cura consiste en derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto tendía a derivar por medio de un acto.
La adhesión al producto de la transferencia integra ya un valor y el tratamiento logra impedir al paciente todos los actos de repetición y utilizar el propósito de ejecutarlos como material para la labor terapéutica.
Caso: una señora ya madura había abandonado en varias ocasiones su casa y a su marido sin alegar motivo consciente para tales fugas. Al iniciar el tratamiento analítico mostraba una transferencia positiva pero la misma se volvió muy intensa y al cabo de una semana la paciente “abandonó” el tratamiento. Aquí la REPETICIÓN. La mejor manera de refrena la compulsión repetidora y convertirla en un motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transferencia, a partir de la cual conseguimos dar a los síntomas una nueva significación, sustituyendo su neurosis vulgar por una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor terapéutica.
De las reacciones de la repetición que surgen en la transferencia parten luego los límites ya conocidos para la evocación de los recuerdos, los cuales surgen sin esfuerzo aparente una vez vencidas las resistencias.
El vencimiento de las resistencias se inicia revelando el médico al analizado la existencia de las mismas. Parece que algunos analistas principiantes se inclinan a creer que esta labor inicial es toda la que ha de llevar a cabo. De nada sirve lamentarse si se revela al paciente su resistencia sin conseguir resultado positivo sino más bien una intensificación de la resistencia. Cuando parece que la cura está estancada, en realdad está siguiendo su camino.


El médico debe saber que la revelación de la resistencia no puede tener por consecuencia inmediata su desaparición. Ha de dejarse tiempo al enfermo para ahondar en la resistencia, elaborarla y dominarla.






El sindrome de la ultima pija (Patricio Leone)
Dos cosas me llamaban la atención de ella.
Era diminuta.
Muy.
Y venía siempre con un tapadito de paño verde.
Algo más: era apática al calor.
No importaba la temperatura, se acomodaba en el diván, y se cubría con su tapadito.
Recuerdo que la atendía en un consultorio totalmente vidriado que daba al Oeste.
También recuerdo una tarde asfixiante, con un sol indomable, en la que el equipo de aire bramaba, intentando complacerme.
Entró, se recostó, se cubrió con su tapadito verde, giró la cabeza y me dijo, tenue pero firme:
 ¿Se podrá apagar el aire?
Casi le grito que no, pero me levanté, apagué el aire, obediente, y el Consultorio comenzó a parecerse al Hades.
 Gracias – me dijo, y creí percibir una media mueca burlona.
Mi cuaderno quedó rápidamente borroneado por las viscosas gotas de sudor que se despeñaban de mi frente.
Era bella.
Muy.
Con una sagacidad cínica y una melódica forma de construir oraciones, que me fascinaba.
Pero no tenía suerte con los hombres.
Desfilaban, huidizos, breves, inconsistentes, luego de un sexo random que la insatisfacía.
Y volvía a su Ex, ese al que demolía, ese que la aburría, ese sin valor.
 Volví con mi Ex.
– Yo recuerdo mal, o ¿dijiste que no soportabas ni nombrarlo?
 Con mis Amigas desarrollamos un concepto. Lo llamamos “El Síndrome de la Última Pija”
Casi me caigo del sillón.
Luego de acallar la carcajada, le pedí que se explayara.
– Eso – me dijo, entre orgullosa por mi risa, y abatida por la solidez de lo que iba a decir
– Una termina con su pareja, porque ya no aguanta más esa relación tediosa, y comienza a buscar. Lo que viene es tan hostil, tan repugnante, tan nada, que vuelve, resignada, a… la última pija. Está ahí, a mano. Ya la conocemos, nos conoce, no hay que trabajar, no hay que fingir, no hay sorpresas.
– ¿Y no apostás a otras pijas? – pregunté, completamente metido en el relato.
– Me gustaría, pero hay días que no doy más…
Era inteligente.
Muy.
Y buscaba otra cosa.
– No voy a venir más – me dijo – No sos lo suficientemente lacaniano.
La miré con una sonrisa que preparaba desde hacía tiempo.
– Si ese es el motivo, no tengo nada que decirte. Francamente, no lo soy.
Nos abrazamos, sin pompas, y se fue.
Al tiempo, recibí un llamado suyo:
– Hola, Patricio. ¿Puedo retomar mi Terapia?
Convinimos un horario.
Llegó, con su tapadito de paño verde, animada.
– ¿Voy directo al diván? – me preguntó.
– No. Antes respondeme algo. ¿Esta escena no se parece mucho al “Síndrome de la Última Pija”?
Quedó perpleja.
Pensó un momento, callada, recóndita, inabordable.
– Tenés razón – dijo, abrumada -. ¿Te tengo que pagar?
– No. No hace falta. Así está muy bien.
Se fue, con sus pasitos exiguos, verdemente diminutos, y nunca más volví a verla.

Ella me enseñó que esa sórdida tentación de repetir es tan potente, tan invisible, tan astuta, que sólo la Clínica puede hacer algo para desactivarla

viernes, 5 de junio de 2015

Las muletas imaginarias [...]










¿Qué es una fractura? 
Se define a la fractura como una “pérdida de continuidad” (continuidad normal de la sustancia ósea o cartilaginosa, a consecuencia de golpes, fuerzas o tracciones cuyas intensidades superen la elasticidad del hueso).
Tibia y peroné.
Crees que no te va a pasar. Te lesionaste alguna vez, pero ¿fractura, quiebra, ruptura? Eso solo en la tele o en algún que otro caso cercano.
Si tenía que pasar, que sea jugando al fútbol y en el lugar más lindo del mundo.
Cuando algo se rompe, es necesario arreglarlo para que vuelva a ser utilizado, de la misma o de diferente manera a la forma original. Conocimientos traumatológicos, manos profesionales, un clavo y cuatro tornillos hacen que hoy mi pierna derecha ya no esté rota. Pero sin embargo, aún no funciona.
Esa ronda. Esas miradas. Caras de preocupación. De repente la cancha 1 se va alejando. Al principio no duele. Al parecer en caliente no se siente mucho, pero te das cuenta que “o tenes mucha elongación, o algo se rompió”. No te podes levantar. El botín empieza a apretar. Y de un segundo para el otro caes de lo que se viene. Ahí, en ese momento, empieza a doler.
Me dijeron que recién en tres meses podría volver a usar la derecha.
Seguís siendo un avión, pero de papel.
¿Qué pasa en esos tres meses?
Esa continuidad que se pierde como lo dice la definición, no alude solamente a la continuidad de una sustancia ósea. Se pierden muchas otras cosas que venían dándose de una manera, y ahora, indefectiblemente, tendrán que ser de otra.
Llamados y mensajes durante dos días seguidos. Algunos entrantes, con buenos deseos, motivando y haciendo sentir a uno querido. Algunos salientes, comentando que no podré ir a trabajar por al menos tres meses. Por ahora, todo es cariño, mensajes, estar rodeado de gente, casi ni sentir el dolor. Pero cuando menos te la esperas, esa ilusión de totalidad empieza a fragmentarse. Dejas de formar parte. Reina la incertidumbre de si podré cursar en la facu este cuatrimestre, si podré volver a viajar en colectivo, si dejará de doler en algún momento, si volveré a ejecutar un lateral largo, mandar algún centro. Cada foul te parece violento, motivo de fractura y expulsión. Efectos secundarios de la medicación, nauseas, sueño de día e insomnio por la noche. Los mensajes ya no llegan.
La sensación de que se había roto algo más que la pierna. Algo de mi cabeza parecía desarticulado también.

Y en esa desarticulación, donde por un rato no hay sostén, empezas a sentirte indigno de relación social: “no lo quiero joder”. No queres salir a la calle, hasta le agarras el gustito a la comodidad de estar tirado. Te replegas, te cerras en tu mundo, y el dolor vuelve a aparecer. Hasta que te das cuenta que "cuánto más te alejas, mas te acercas a lo que te da miedo". Y entonces estas dispuesto a asumir el riesgo. Salís a la calle, te bancas el dolor, te acalambras, pero volves a sentir el calor del sol, o te cagas de frio porque ya perdiste la noción de la temperatura y saliste sin buzo y con ojotas. Hasta te olvidas que tenías la opción de chequear la temperatura. Ese afuera que atemorizaba se convierte en horizonte.  Pudiste. Lo hiciste. Algo se puso en movimiento. El avión empieza a recuperar la fuerza después de una bandera naranja, pero recién te estás acercando al aeropuerto y sabes que el vuelo está muy demorado.
Sos objeto de la institución de la ternura. Todos súper afectivos. Se cuidan de no golpearte y te cuidan a vos y a tu pierna. Ternura que te gusta, te queda cómoda, pero que a la vez te inmoviliza.
Subirme a las muletas fue como empezar a andar en bicicleta. Claro, en este caso sería adecuado decir que la bici tiene una rueda pinchada. Un otro que te motiva: “dale, vos podes”, que te felicita cuando das esos primeros pasos. Un otro que te apoya las manos en la espalda para que no te caigas, que te ayuda a estacionar las muletas, que te acomoda el asiento. Por momentos tengo la ilusión de que aunque haya una rueda pinchada, la bici puede andar igual. O a lo mejor te das cuenta que no es tan malo andar con rueditas.
Mi viejo, disfrazado de meteoro, llevándome a la facultad en un Chevrolet que se convierte en micro. Un asiento para mí, otro para mi pierna, y otro para las muletas. Una multitud.
Kinesiología, mi segunda casa. La guitarra y las muletas, mis amigas.
Cada escalón, una montaña. Cada vereda, un salto de trampolín en donde miraste para abajo y dudaste: ¿me tiro o no me tiro?
La pierna se vuelve amo y el cuerpo se vuelve esclavo. La pierna tiene el privilegio, todos la cuidan y preguntan por ella. Gana el centro de la atención. La pierna, siempre estirada, elevada, se cree reina, se cree el amo. Pero mientras ella esta quieta, esperando, el resto del cuerpo se pone en movimiento, se transforma cada día y se va acercando a la libertad. El esclavo encuentra la libertad en el  momento que se pone a trabajar.
Cuando la pierna, el amo, se siente en desventaja, pues reconoce que ya ha descansado mucho, entiende que es hora de despertar y para esto, debe resignar su lugar de privilegio.
La fractura deja marcas y no solo en el cuerpo.
Para mí, la fractura, fue una experiencia.
Y la experiencia requiere un punto de interrupción. Acá entendí que esa “perdida de continuidad” que define a la fractura va en sintonía con esta interrupción: pararse a pensar, mirar, escuchar, pensar más despacio, mirar más despacio, escuchar más despacio, detenerse en los detalles y tener paciencia.
La fractura es algo así como un territorio de paso, donde lo que pasa produce efectos, inscribe marcas y deja huellas. Pero no todos los efectos son negativos.
Cicatrices, dolor, regresión a estados de dependencia casi absoluta, angustias nocturnas. Para estas cosas, las muletas reales no me sirvieron. Diría más bien que, ante momentos de necesidad, aparecieron unas muletas imaginarias que me ayudaron a sostenerme cuando me estaba por caer: amigos, novia, familia.
Solo con ellos pude encontrar el verdadero punto de contacto entre aquello que se había desarticulado.
Recuperar el movimiento.
De a poco, la ternura se transforma en impulso. Te empujan. Hasta te empiezan a dar patadas por debajo de la mesa. Te piden perdón y vos pones cara de “no me dolió” y por dentro pensas en volver a usar canilleras. Te hacen foules y te sentís un poquito más cerca de volver a las canchas. Te acalambras. Te pones cinta para ajustar la venda. Hasta te volves director técnico: das indicaciones sobre cómo pueden ayudarte.
También te sentís réferi, amonestando cuando alguien se acerca mucho a tu pierna. Te llegan a decir que se olvidan de que estas lesionado y, vos, contento, sabes que algo está cambiando, que te vas acercando.
Estas bajando las escaleras del subte (no las mecánicas eh!) y lo ves venir. Tus compañeros corren más que nunca y pensas que no llegas. Falta muy poquito, ya estamos en tiempo de descuento. El botín te saca movilidad, pero con las muletas logras zancadas más largas. Escuchas un ruido, la chicharra indica que el subte está por cerrar las puertas pero no suena nada parecido al silbato del réferi. La defensa se abre, gambeteaste a dos, y antes de que termine el primer tiempo, lo conseguiste. Entraste con pelota y todo. Goooooool. Por dentro lo gritas con toda. La hinchada subterránea te mira como queriendo aplaudirte. Vos sonreís y pensas que valieron la pena estos largos años haciendo lo mismo cada martes, jueves y domingo. Una bota y una muleta no te frenan sino que te llevan a redoblar el esfuerzo.
Bancala: En el entretiempo te mandan al banco.
Si, te sacaron, aunque no lo puedas creer. El de la camiseta número 15 te deja su asiento y vos no sabes si abrazarlo, chocarle los cinco o quizás con una mirada alcanza.
El dt te explica: “Estas lesionado”. Claro, la muleta y la bota te delatan. ¿Te fracturaste? Pregunta el ayudante.
En el estadio, el altoparlante anuncia que llegaste a la estación.
Bajas del subte, subís las escaleras, pero esta vez de forma lenta y pausada. Lógico, no queres salir de la cancha.
Llegas al último escalón.
Aunque sea en el plano de lo imaginario, volviste a jugar al fútbol.
Cenas, basas, series (GOT). En fin, compañía. “Uno es una relación social consigo mismo”. En momentos de soledad, cuando volvía el dolor, cuando no había sueño, cuando el techo era el único paisaje, aparecían ellos, los de las muletas imaginarias. Me imaginaba en esas situaciones, poniendo pausa para debatir con Lai sobre a quién le corresponde el trono de hierro y sobe el invierno que se acerca. Me imaginaba con A, K, Q y J de dominante. Me imaginaba el menú para los pibes el lunes a la noche. Me imaginaba escribiendo esto, y recuperando el diván sobre el cual me recuesto los jueves. Me imaginaba subiendo las eternas escaleras de la facultad mientras me burlaba del ascensor.
Me imaginaba jugando con mi hermano al Paddle un dobles y abrazándolo después de ganar un punto bien jugado. Me imaginaba yendo con mi viejo a la universidad mientras pensábamos en si bancar o no a Almirón (no somos muchos, no somos pocos, pero estamos todos locos) o intentando anticiparnos y descubrir en cada capítulo quien es el asesino, dependiendo de su trayectoria actoral. Me imaginaba el abrazo de mi vieja antes de dormir y sus sabias palabras, discutiendo después en la cocina si la tarta lleva huevo.
Pequeñas imaginaciones me hacen soñar. Me imaginaba tomándome el 132 una vez más pero esta vez para el parque Rivadavia, ese lugar, casi en la esquina de campichuelo, donde me invento que la vuelvo a ver.
Te aferras a todo esto y te das cuenta que hiciste el check in, presentaste la documentación,  embarcaste. Pasas la manga, y lo ves: un pájaro enorme.
Me imagino recuperando las alas, las turbinas, abrochándome el cinturón, despegando y aterrizando.
Me imagino volviendo a jugar al fútbol.

Me levanto con una sonrisa, miro el calendario y paso “volando”, avión.

martes, 20 de enero de 2015

Transferencia

Se debe tomar como material de observación el curso de todo el tratamiento psicoanalítico, un conjunto de sesiones, una sola sesión o un fragmento de una sesión. El examen de este material permitirá objetivar una serie variada de momentos transferenciales que se van sucediendo a medida que se reactivan las fantasías inconscientes, las ansiedades básicas y los mecanismos defensivos. Se concibe a la transferencia como una respuesta a la técnica y a las características del método psicoanalítico.


La interpretación acertada, formulada adecuadamente y en el momento oportuno, es el instrumento que ejerce una acción decisiva en la evolución de la transferencia. Un medio para resolver el conflicto.
Factores que influyen en la transferencia: interpretaciones, honorarios, día de la semana, hora del día de la sesión, el moblaje, su ubicación, presencia o ausencia de ruidos, barrio, posición en la que se lleva a cabo la experiencia, el acto de hablar y escuchar sin poder mirar al interlocutor, sabiéndose observado por este, el aspecto del analista, si edad, sexo y manera de saludar…entre otros. Estímulos propicios para desencadenar fantasías transferenciales y utilizados por el paciente para fines de expresión de las mismas.
Pichon Riviere: “el psicoanalista, en su campo de trabajo, es a la vez observador y participante”.
La situación analítica que sumerge al paciente en una atmosfera que estimula la fantasía infantil reactiva la disposición a la repetición. Cuando la interpretación suministrada logra alcanzar el mayor grado de acierto en contenido, el terapeuta es incorporado como un objeto que puede ser asimilado a la personalidad del paciente y que fomenta su desarrollo aumentado su grado de integración.

En la actualidad ya no tiene sentido comprender la transferencia si no se incluye el universo de fenómenos previos del cual surge. De esta manera pueden derivarse teorías en las que no se contradigan lo universal y lo singular. Lo universal en psicoanálisis está constituido por un conjunto de fenómenos inconscientes que aparecen en ya postulados como el complejo de Edipo. Lo individual o singular está constituido por la serie de fenómenos como formas de expresión de los primeros fenómenos inconscientes ya postulados. 

transferencia:

  1. La función psíquica mediante la cual un sujeto transfiere inconscientemente y revive, en sus vínculos nuevos, sus antiguos sentimientos, afectos, expectativas o deseos infantiles reprimidos.
  2. Específicamente, la herramienta fundamental con la que cuenta S. Freud (1915), condición necesaria, para poder conducir el tratamiento.
  3. La neurosis de transferencia, descrita por Freud como momento del tratamiento, en la que todos los elementos de la neurosis son actuados en presencia del analista.

sábado, 17 de enero de 2015

Ataque de pánico


La angustia emerge cuando falta la falta, cuando el deseo ha quedado colmado y obturado por la presencia de algo que –debiendo haber quedado oculto- se ha revelado y manifestado.
Irrumpe así el objeto a, produciendo una inquietante extranjeridad y desorganizando el campo de la realidad, del yo y del cuerpo.

Lacan plantea su tesis sobre el estadio del espejo para referirse a la constitución del yo, metiéndose así en el campo de la identificación, donde interactúan lo simbólico y lo imaginario. Propone que el infans (cachorro humano) será introducido en el campo del lenguaje gracias al Otro (Otro simbólico). El yo se constituye a medida que el niño comienza a sentir placer por la imagen que le devuelve el espejo: ya sea la imagen de sí mismo, o la imagen de un semejante. Se ve a sí mismo. La imagen devuelve una ilusoria creencia de unidad totalizadora, aunque el yo se sabe fragmentado. La imagen hace de muleta ortopédica. Dirá Lacan que la palabra antecede a la mirada: el niño no se reconocería en el espejo si no hay alguien que, a través de la palabra, de lugar a esa imagen. Es así que los animales no se reconocen en el espejo pues carecen de lenguaje.
He aquí el ingreso en el mundo simbólico, la constitución del yo y del sujeto (sujetado al lenguaje) y la producción de subjetividad. Un cuerpo atravesado por la palabra: un cuerpo libidinisado. El Otro irá respondiendo y no respondiendo ante la necesidad del niño. Necesidad, que interpretada por el Otro, en su pasaje por el desfiladero del significante, se transforma en demanda. El pequeño irá dando cuenta de la no omnipotencia del Otro materno, es decir, que no siempre responde a la demanda. Allí el lugar de la falta. El Otro deja de ser omnipotente, un Otro que no siempre responde. El Otro no lo puede decir todo y pasa a estar atravesado por la falta. El sujeto, al percibir que no hay respuesta a su demanda, también quedado dividido: queda en falta.
Retomando: “La angustia emerge cuando falta la falta
Ocurre que, según Lacan, esta entrada en el mundo simbólico no es perfecta. Todo lo contrario. El ser hablante sufre los efectos del lenguaje.  Lacan habla de una perdida de la naturalidad experimentada por el sujeto a partir de la acción del significante que lo introduce en el mundo simbólico. El sujeto hablante, introducido en el mundo simbólico, perderá lo que los animales no han perdido: el goce todo. Si en los seres humanos hay goce pulsional, ello se debe a que no hay goce completo de la complementariedad sexual. El goce es siempre goce del cuerpo. (“no hay relación sexual”).
En los animales hablamos de agujeros. Solo con el orden simbólico, el agujero pasa a ser castración en el plano del ser hablante.

Es en el seminario 10 donde Lacan construye al objeto a, carente de representación tanto a nivel simbólico como imaginario, siendo la angustia la única forma de manifestación del objeto a. Es el objeto causa del deseo, se encuentra por detrás del deseo. Este objeto tiene antecedentes en el objeto parcial de Freud y el objeto transicional en Winnicott pero lo original está en que se inscribe en el proceso de constitución del sujeto a partir del significante, constitución que requiere la presencia del Otro como lugar de los significantes que preceden al sujeto. En este proceso de constitución del sujeto en el Otro, queda un resto. Algo no queda capturado por el significante: el objeto a. Por ser el resto de la operación por la que la estructura del lenguaje da origen al sujeto, el objeto a es también efecto del lenguaje.

El objeto a al desnudo (sin los paréntesis de la imagen tranqulizadora que devuelve el espejo) vehiculiza un goce que escapa a la posibilidad de simbolización.
El sujeto vacila, desprovisto de su imagen unificada, sostenida en el Otro simbolico. Se encuentra entonces desprovisto del reconocimiento como persona en el deseo del Otro y queda librado, como objeto, al capricho del Otro. Tambalea el fantasma (“Si quiero ser causa de ese deseo, Para calmar ese deseo, para realizar el deseo del Otro barrado, si me pongo en el lugar de causa del deseo del Otro, lo que hago es tapar el agujero del deseo del Otro. Aquí no se trata de recuperar el objeto perdido sino se trata de cómo hago para asegurarme que tengo un lugar en el Otro. La forma de tener un lugar es ser su causa, provocarle un deseo. La forma de colmar esa perdida es siendo el objeto causa que tapa la perdida. Cuando el objeto causa tapa la perdida forma parte del fantasma, es la forma que tiene el sujeto para reparar con plastilina la falta en el Otro”)

Entonces, la angustia surge en el punto donde, desprovisto de la imagen unificadora que devuelve el espejo, queda un “objeto para el Otro” donde debería haber un sujeto apoyado en lo simbólico.



Dice Freud en su segunda teoría sobre la angustia que la misma no es el resultado de la represión, sino su condición: el Yo es el único capaz de generar y sentir angustia, el que se defiende de los peligros del Ello y del Superyó, como lo hace del mundo exterior, es decir generando una pequeña señal de angustia, o apronte angustiado, que pone en marcha el mecanismo del principio de placer (que busca evitar un displacer mayor que sobrevendría con el desarrollo completo de la angustia) y activa así el mecanismo de represión que pone al Yo a salvo de la moción pulsional peligrosa, cuya satisfacción acarrearía la consecuencia temida o la consumación de la situación de peligro.

Para que la angustia se imponga como “ataque de pánico” es necesario que la angustia pierda su valor de señal, lo que implicaría una imposibilidad de escape, un encierro. La angustia como señal “da un aviso” con el fin de evitar el encuentro del sujeto con el objeto que lo perturbaría. Cuando la angustia funciona como señal, el objeto a mencionado anteriormente queda velado, cubierto, en secreto. Cuando la angustia no avisa, deja de ser señal, da lugar a la irrupción de eso que se llama “ataque de pánico”, al encuentro con el objeto atemorizante.
El ataque de pánico, llamado “ataque de angustia” por Freud allí por 1895, implica la falta de movimiento. La angustia del ataque de pánico no está ligada a ninguna representación, se expande en forma no discursiva.

El sujeto queda a merced del Otro, que lo demanda justamente allí donde se queda sin recursos. El Otro, en lugar de sostener, ya no ofrece garantía alguna.

"Pegan a un niño" (Freud)


Freud ubica el origen de estas fantasías a una edad muy temprana, antes de la edad escolar. Luego, cuando el niño co-presencia en la escuela cómo otros niños son azotados por los maestros, estas vivencias vuelven a convocar aquellas fantasías.
Freud perseguía averiguar algo más de estas fantasías tempranas, acerca de quién era el niño azotado, si era siempre el mismo o un extraño y quien lo azotaba o si era el mismo azotando a otro. Ninguna de estas preguntas tuvo respuesta, sus pacientes solo respondían “No sé nada mas sobre eso; pegan a un niñouna fantasía así, que emerge en la temprana infancia, quizás a raíz de ocasiones casuales y que se retiene para la satisfacción autoerótica, sólo admite ser concebida como un rasgo primario de perversión. Vale decir: uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los otros en el desarrollo, se habría vuelto autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los procesos evolutivos.
Con la emergencia de esta fantasía de paliza para la satisfacción auto erótica. Freud da cuenta de una sexualidad perversa, porque el fantasma plantea una desviación de la pulsión en tanto que no hay objeto genital de la pulsión.Luego Freud continua diciendo que “Una perversión infantil de esta índole no necesariamente dura toda la vida, mas tarde puede caer bajo la represión, ser sustituida como una formación reactiva o puede ser sublimada. Pero si estos procesos faltan la perversión se conserva en la madurez”.
La fantasía de paliza cambia más de una vez: su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y significado.
“La primera fase de la fantasía de paliza se formula entonces acabadamente mediante el enunciado:«El padre pega al niño».Dejo traslucir mucho del contenido que luego pesquisaremos si digo, en lugar de ello:«El padre pega al niño que yo odio».“En verdad podemos vacilar en cuanto a si ya a este grado previo de la posterior fantasía de paliza debe concedérsele el carácter de una «fantasía». Quizá se trate más bien de recuerdos de esos hechos que uno ha presenciado, de deseos que surgen a raíz de diversas ocasiones; pero estas dudas no tienen importancia alguna.”Entre esta primera fase y la siguiente se consuman grandes trasmudaciones. Es cierto que la persona que pega sigue siendo la misma, el padre, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular es el niño fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y se ha llenado con un contenido sustantivo cuya derivación nos ocupará más adelante.La segunda fase se formula así«Yo soy azotado por el padre».Esta tiene un indudable carácter masoquista e inconsciente.“Esta segunda fase es, de todas, la más importante y grávida en consecuencias; pero en cierto sentido puede decirse de ella que nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir-consciente. Se trata de una construcción del análisis, mas no por ello es menos necesaria.”Continua “La tercera fase se aproxima de nuevo a la primera. Tiene el texto conocido por la comunicación de las pacientes. La persona que pega nunca es la del padre; o bien se la deja indeterminada, como en la primera fase, o es investida {besetzen} de manera típica por un subrogante del padre (maestro). La persona propia del niño fantaseador ya no sale a la luz en la fantasía de paliza. Si se les pregunta con insistencia, las pacientes sólo exteriorizan: «Probablemente yo estoy mirando».En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes ahora muchos niños”Recordemos que “La situación originaria, simple y monótona, del ser azotado puede experimentar las más diversas variaciones y adornos, y el azotar mismo puede ser sustituido por castigos y humillaciones de otra índole. Empero, el carácter esencial que diferencia aun las fantasías más simples de esta fase de las de la primera y establece el nexo con la fase intermedia es el siguiente: la fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista.”La fantasía de la época del amor incestuoso había dicho:«El (el padre) me ama sólo a mí, no al otro niño, pues a este le pega».La conciencia de culpa no sabe hallar castigo más duro que la inversión de este triunfo:«No, no te ama a ti, pues te pega».Entonces la fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. Así pues, la fantasía ha devenido masoquista.Es la conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo.Pues justamente en estos niños se ve particularmente facilitado un retroceso a la organización pre genital sádico-anal de la vida sexual. «El padre me ama» se entendía en el sentido genital, por medio de la regresión se muda en «El padre me pega (soy azotado por el padre) ».
Este ser-azotado es ahora una conjunción de conciencia de culpa y erotismo; no es solo el castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo, y a partir de esta última fuente recibe la excitación libidinosa que desde ese momento se le adherirá. (sólo esta es la esencia del masoquismo).
tercera fase, su configuración definitiva en que el niño fantaseador sigue apareciendo a lo sumo como espectador, y el padre se conserva en la persona de un maestro u otra autoridad. La fantasía, semejante ahora a la de la primera fase, parece haberse vuelto de nuevo hacía el sadismo. Produce la impresión como si en la frase «El padre pega al otro niño, sólo me ama a mí» el acento se hubiera retirado sobre la primera parte después que la segunda sucumbió a la represión. Sin embargo, sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción que se gana con ella es masoquista, su intencionalidad reside en que ha tomado sobre sí la investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la conciencia de culpa que adhiere al contenido. En efecto, los muchos niños indeterminados a quienes el maestro azota son sólo sustituciones de la persona propia.aquí se muestra por primera vez algo que semeja una constancia en el sexo de las personas al servicio de la fantasía. Los niños azotados son casi siempre varoncitos, tanto en las fantasías de los varones como en las de las niñas. Y este rasgo no se explica evidentemente por alguna competencia entre los sexos, pues de lo contrario en las fantasías de los varones tendrían que ser más bien niñas las azotadas; por otra parte, tampoco tiene nada que ver con el sexo del niño odiado de la primera fase, sino que apunta a un complicado proceso que sobreviene en las niñas. Cuando se extrañan del amor incestuoso hacia el padre, entendido genitalmente, es fácil que rompan por completo con su papel femenino, reanimen su «complejo de masculinidad» (Van Ophuijsen [1917] ) y a partir de entonces sólo quieran ser muchachos. Por eso los chivos expiatorios que las subrogan son sólo muchachos. En los dos casos de sueños diurnos -uno se elevaba casi hasta el nivel de una creación literaria-, los héroes eran siempre sólo hombres jóvenes; más aún: las mujeres ni siquiera aparecían en estas creaciones, y sólo tras muchos años hallaron cabida en papeles secundarios.“La perversión ya no se encuentra más aislada en la vida sexual del niño, sino que es acogida dentro de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad de típicos -para no decir «normales»-. Es referida al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo del niño; surge primero sobre el terreno de este complejo, y luego de ser quebrantado permanece, a menudo solitaria, como secuela de él, como heredera de su carga {Ladung} libidinosa y gravada con la conciencia de culpa que lleva adherida (constitución del superyó).
La fantasía de paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos precipitados del complejo de Edipo.
La trasmudación del sadismo en masoquismo parece acontecer por el influjo de la conciencia de culpa que participa en el acto de represión. Entonces, la represión se exterioriza aquí en tres clases de efectos:-vuelve inconciente el resultado de la organización genital.-constriñe a esta última a la regresión hasta el estadio sádico-anal-muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en cierto sentido de nuevo narcisista.“¿De dónde viene la conciencia de culpa? Tampoco aquí los análisis nos dan respuesta alguna. Pareciera que la nueva fase en que ingresa el niño la llevara consigo y, toda vez que perdura a partir de ese momento, correspondiera a una formación cicatricial como lo es el sentimiento de inferioridad (típico de la neurosis).E. Bleuler [1913a] (ver nota) ha admitido como algo asombroso e inexplicable que los neuróticos sitúen el onanismo en el centro de su conciencia de culpa. Por nuestra parte, supusimos desde siempre que esa conciencia de culpa se refería al onanismo de la primera infancia y no al de la pubertad, y que debía referírsela en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base, si bien de manera inconsciente -vale decir, la fantasía proveniente del complejo de Edipo.
Es de importancia incomparablemente mayor la segunda fase, inconsciente y masoquista:la fantasía de ser uno mismo azotado por el padre.No sólo porque continúa su acción eficaz por mediación de aquella que la sustituye; también se pesquisan efectos suyos sobre el carácter, derivados de manera inmediata de su versión inconsciente.Los seres humanos que llevan en su interior esa fantasía muestran una particular susceptibilidad e irritabilidad hacia personas a quienes pueden insertar en la serie paterna; es fácil que se hagan afrentar por ellas y así realicen la situación fantaseada, la de ser azotados por el padre, produciéndola en su propio perjuicio y para su sufrimiento. “No me asombraría que alguna vez se demostrara que esa misma fantasía es base del delirio querulante paranoico”.Las dos fases conscientes parecen sádicas; la intermedia -la inconsciente- es de indudable naturaleza masoquista; su contenido es ser azotada por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa.La persona que pega es desde el comienzo el padre; luego, alguien que hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía inconsciente de la fase intermedia tuvo originariamente significado genital; surgió, por represión y regresión, del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Dentro de una conexión al parecer más laxa viene al caso el hecho de que las niñas, entre la segunda y la tercera fases, cambian de vía su sexo, fantaseándose como varoncitos.
Algunos hallaban su satisfacción sexual exclusivamente en el onanismo tras fantasías masoquistas;otros habían logrado acoplar de tal suerte masoquismo y quehacer genital que por medio de escenificaciones masoquistas y bajo condiciones de esa misma índole conseguían la meta de la erección y eyaculación o se habilitaban para ejecutar un coito normal.A esto se sumael caso, más raro, del masoquista perturbado en su obrar perverso por unas representaciones obsesivas que emergen con intensidad insoportable.“Es difícil que los perversos satisfechos tengan razones para acudir al análisis; pero en los tres grupos mencionados de masoquistas pueden presentarse fuertes motivos que los conduzcan al analista.El «ser-azotado» de la fantasía masculina, como la llamaré en aras de la brevedad y espero que sin dar lugar a malentendidos, es también un «ser-amado» en sentido genital, pero al cual se degrada por vía de regresión. Por ende, la fantasía masculina inconciente no rezaba en su origen «Yo soy azotado por el padre», según supusimos de manera provisional, sino más bien «Yo soy amado por el padre». Mediante los consabidos procesos ha sido trasmudada en la fantasía conciente «Yo soy azotado por la madre».La fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo, mismo pasiva, nacida efectivamente de la actitud femenina hacia el padre. Entonces, como la femenina (la de la niña), corresponde también al complejo de Edipo, sólo que el paralelismo entre ambas por nosotros esperado debe trocarse por una relación de comunidad de otro tipo: En ambos casos la fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre.
Diversidades entre las fantasías de paliza de ambos sexos:En el paso a la fantasía consciente que sustituye a la anterior [la tercera fase], la niña retiene la persona del padre y, con ella, el sexo de la persona que pega; pero cambia a la persona azotada y su sexo, de suerte que al final un hombre pega a niños varones.Por lo contrario, el varón cambia persona y sexo del que pega, sustituyendo al padre por la madre, y conserva su propia persona, de suerte que al final el que pega y el que es azotado son de distinto sexo.En la niña, la situación originariamente masoquista (pasiva) es trasmudada por la represión en una sádica, cuyo carácter sexual está muy borrado, mientras que en el varón sigue siendo masoquista y a consecuencia de la diferencia de sexo entre el que pega y el azotado conserva más semejanza con la fantasía originaria, de intención genital.