martes, 20 de enero de 2015

Transferencia

Se debe tomar como material de observación el curso de todo el tratamiento psicoanalítico, un conjunto de sesiones, una sola sesión o un fragmento de una sesión. El examen de este material permitirá objetivar una serie variada de momentos transferenciales que se van sucediendo a medida que se reactivan las fantasías inconscientes, las ansiedades básicas y los mecanismos defensivos. Se concibe a la transferencia como una respuesta a la técnica y a las características del método psicoanalítico.


La interpretación acertada, formulada adecuadamente y en el momento oportuno, es el instrumento que ejerce una acción decisiva en la evolución de la transferencia. Un medio para resolver el conflicto.
Factores que influyen en la transferencia: interpretaciones, honorarios, día de la semana, hora del día de la sesión, el moblaje, su ubicación, presencia o ausencia de ruidos, barrio, posición en la que se lleva a cabo la experiencia, el acto de hablar y escuchar sin poder mirar al interlocutor, sabiéndose observado por este, el aspecto del analista, si edad, sexo y manera de saludar…entre otros. Estímulos propicios para desencadenar fantasías transferenciales y utilizados por el paciente para fines de expresión de las mismas.
Pichon Riviere: “el psicoanalista, en su campo de trabajo, es a la vez observador y participante”.
La situación analítica que sumerge al paciente en una atmosfera que estimula la fantasía infantil reactiva la disposición a la repetición. Cuando la interpretación suministrada logra alcanzar el mayor grado de acierto en contenido, el terapeuta es incorporado como un objeto que puede ser asimilado a la personalidad del paciente y que fomenta su desarrollo aumentado su grado de integración.

En la actualidad ya no tiene sentido comprender la transferencia si no se incluye el universo de fenómenos previos del cual surge. De esta manera pueden derivarse teorías en las que no se contradigan lo universal y lo singular. Lo universal en psicoanálisis está constituido por un conjunto de fenómenos inconscientes que aparecen en ya postulados como el complejo de Edipo. Lo individual o singular está constituido por la serie de fenómenos como formas de expresión de los primeros fenómenos inconscientes ya postulados. 

transferencia:

  1. La función psíquica mediante la cual un sujeto transfiere inconscientemente y revive, en sus vínculos nuevos, sus antiguos sentimientos, afectos, expectativas o deseos infantiles reprimidos.
  2. Específicamente, la herramienta fundamental con la que cuenta S. Freud (1915), condición necesaria, para poder conducir el tratamiento.
  3. La neurosis de transferencia, descrita por Freud como momento del tratamiento, en la que todos los elementos de la neurosis son actuados en presencia del analista.

sábado, 17 de enero de 2015

Ataque de pánico


La angustia emerge cuando falta la falta, cuando el deseo ha quedado colmado y obturado por la presencia de algo que –debiendo haber quedado oculto- se ha revelado y manifestado.
Irrumpe así el objeto a, produciendo una inquietante extranjeridad y desorganizando el campo de la realidad, del yo y del cuerpo.

Lacan plantea su tesis sobre el estadio del espejo para referirse a la constitución del yo, metiéndose así en el campo de la identificación, donde interactúan lo simbólico y lo imaginario. Propone que el infans (cachorro humano) será introducido en el campo del lenguaje gracias al Otro (Otro simbólico). El yo se constituye a medida que el niño comienza a sentir placer por la imagen que le devuelve el espejo: ya sea la imagen de sí mismo, o la imagen de un semejante. Se ve a sí mismo. La imagen devuelve una ilusoria creencia de unidad totalizadora, aunque el yo se sabe fragmentado. La imagen hace de muleta ortopédica. Dirá Lacan que la palabra antecede a la mirada: el niño no se reconocería en el espejo si no hay alguien que, a través de la palabra, de lugar a esa imagen. Es así que los animales no se reconocen en el espejo pues carecen de lenguaje.
He aquí el ingreso en el mundo simbólico, la constitución del yo y del sujeto (sujetado al lenguaje) y la producción de subjetividad. Un cuerpo atravesado por la palabra: un cuerpo libidinisado. El Otro irá respondiendo y no respondiendo ante la necesidad del niño. Necesidad, que interpretada por el Otro, en su pasaje por el desfiladero del significante, se transforma en demanda. El pequeño irá dando cuenta de la no omnipotencia del Otro materno, es decir, que no siempre responde a la demanda. Allí el lugar de la falta. El Otro deja de ser omnipotente, un Otro que no siempre responde. El Otro no lo puede decir todo y pasa a estar atravesado por la falta. El sujeto, al percibir que no hay respuesta a su demanda, también quedado dividido: queda en falta.
Retomando: “La angustia emerge cuando falta la falta
Ocurre que, según Lacan, esta entrada en el mundo simbólico no es perfecta. Todo lo contrario. El ser hablante sufre los efectos del lenguaje.  Lacan habla de una perdida de la naturalidad experimentada por el sujeto a partir de la acción del significante que lo introduce en el mundo simbólico. El sujeto hablante, introducido en el mundo simbólico, perderá lo que los animales no han perdido: el goce todo. Si en los seres humanos hay goce pulsional, ello se debe a que no hay goce completo de la complementariedad sexual. El goce es siempre goce del cuerpo. (“no hay relación sexual”).
En los animales hablamos de agujeros. Solo con el orden simbólico, el agujero pasa a ser castración en el plano del ser hablante.

Es en el seminario 10 donde Lacan construye al objeto a, carente de representación tanto a nivel simbólico como imaginario, siendo la angustia la única forma de manifestación del objeto a. Es el objeto causa del deseo, se encuentra por detrás del deseo. Este objeto tiene antecedentes en el objeto parcial de Freud y el objeto transicional en Winnicott pero lo original está en que se inscribe en el proceso de constitución del sujeto a partir del significante, constitución que requiere la presencia del Otro como lugar de los significantes que preceden al sujeto. En este proceso de constitución del sujeto en el Otro, queda un resto. Algo no queda capturado por el significante: el objeto a. Por ser el resto de la operación por la que la estructura del lenguaje da origen al sujeto, el objeto a es también efecto del lenguaje.

El objeto a al desnudo (sin los paréntesis de la imagen tranqulizadora que devuelve el espejo) vehiculiza un goce que escapa a la posibilidad de simbolización.
El sujeto vacila, desprovisto de su imagen unificada, sostenida en el Otro simbolico. Se encuentra entonces desprovisto del reconocimiento como persona en el deseo del Otro y queda librado, como objeto, al capricho del Otro. Tambalea el fantasma (“Si quiero ser causa de ese deseo, Para calmar ese deseo, para realizar el deseo del Otro barrado, si me pongo en el lugar de causa del deseo del Otro, lo que hago es tapar el agujero del deseo del Otro. Aquí no se trata de recuperar el objeto perdido sino se trata de cómo hago para asegurarme que tengo un lugar en el Otro. La forma de tener un lugar es ser su causa, provocarle un deseo. La forma de colmar esa perdida es siendo el objeto causa que tapa la perdida. Cuando el objeto causa tapa la perdida forma parte del fantasma, es la forma que tiene el sujeto para reparar con plastilina la falta en el Otro”)

Entonces, la angustia surge en el punto donde, desprovisto de la imagen unificadora que devuelve el espejo, queda un “objeto para el Otro” donde debería haber un sujeto apoyado en lo simbólico.



Dice Freud en su segunda teoría sobre la angustia que la misma no es el resultado de la represión, sino su condición: el Yo es el único capaz de generar y sentir angustia, el que se defiende de los peligros del Ello y del Superyó, como lo hace del mundo exterior, es decir generando una pequeña señal de angustia, o apronte angustiado, que pone en marcha el mecanismo del principio de placer (que busca evitar un displacer mayor que sobrevendría con el desarrollo completo de la angustia) y activa así el mecanismo de represión que pone al Yo a salvo de la moción pulsional peligrosa, cuya satisfacción acarrearía la consecuencia temida o la consumación de la situación de peligro.

Para que la angustia se imponga como “ataque de pánico” es necesario que la angustia pierda su valor de señal, lo que implicaría una imposibilidad de escape, un encierro. La angustia como señal “da un aviso” con el fin de evitar el encuentro del sujeto con el objeto que lo perturbaría. Cuando la angustia funciona como señal, el objeto a mencionado anteriormente queda velado, cubierto, en secreto. Cuando la angustia no avisa, deja de ser señal, da lugar a la irrupción de eso que se llama “ataque de pánico”, al encuentro con el objeto atemorizante.
El ataque de pánico, llamado “ataque de angustia” por Freud allí por 1895, implica la falta de movimiento. La angustia del ataque de pánico no está ligada a ninguna representación, se expande en forma no discursiva.

El sujeto queda a merced del Otro, que lo demanda justamente allí donde se queda sin recursos. El Otro, en lugar de sostener, ya no ofrece garantía alguna.

"Pegan a un niño" (Freud)


Freud ubica el origen de estas fantasías a una edad muy temprana, antes de la edad escolar. Luego, cuando el niño co-presencia en la escuela cómo otros niños son azotados por los maestros, estas vivencias vuelven a convocar aquellas fantasías.
Freud perseguía averiguar algo más de estas fantasías tempranas, acerca de quién era el niño azotado, si era siempre el mismo o un extraño y quien lo azotaba o si era el mismo azotando a otro. Ninguna de estas preguntas tuvo respuesta, sus pacientes solo respondían “No sé nada mas sobre eso; pegan a un niñouna fantasía así, que emerge en la temprana infancia, quizás a raíz de ocasiones casuales y que se retiene para la satisfacción autoerótica, sólo admite ser concebida como un rasgo primario de perversión. Vale decir: uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los otros en el desarrollo, se habría vuelto autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los procesos evolutivos.
Con la emergencia de esta fantasía de paliza para la satisfacción auto erótica. Freud da cuenta de una sexualidad perversa, porque el fantasma plantea una desviación de la pulsión en tanto que no hay objeto genital de la pulsión.Luego Freud continua diciendo que “Una perversión infantil de esta índole no necesariamente dura toda la vida, mas tarde puede caer bajo la represión, ser sustituida como una formación reactiva o puede ser sublimada. Pero si estos procesos faltan la perversión se conserva en la madurez”.
La fantasía de paliza cambia más de una vez: su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y significado.
“La primera fase de la fantasía de paliza se formula entonces acabadamente mediante el enunciado:«El padre pega al niño».Dejo traslucir mucho del contenido que luego pesquisaremos si digo, en lugar de ello:«El padre pega al niño que yo odio».“En verdad podemos vacilar en cuanto a si ya a este grado previo de la posterior fantasía de paliza debe concedérsele el carácter de una «fantasía». Quizá se trate más bien de recuerdos de esos hechos que uno ha presenciado, de deseos que surgen a raíz de diversas ocasiones; pero estas dudas no tienen importancia alguna.”Entre esta primera fase y la siguiente se consuman grandes trasmudaciones. Es cierto que la persona que pega sigue siendo la misma, el padre, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular es el niño fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y se ha llenado con un contenido sustantivo cuya derivación nos ocupará más adelante.La segunda fase se formula así«Yo soy azotado por el padre».Esta tiene un indudable carácter masoquista e inconsciente.“Esta segunda fase es, de todas, la más importante y grávida en consecuencias; pero en cierto sentido puede decirse de ella que nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir-consciente. Se trata de una construcción del análisis, mas no por ello es menos necesaria.”Continua “La tercera fase se aproxima de nuevo a la primera. Tiene el texto conocido por la comunicación de las pacientes. La persona que pega nunca es la del padre; o bien se la deja indeterminada, como en la primera fase, o es investida {besetzen} de manera típica por un subrogante del padre (maestro). La persona propia del niño fantaseador ya no sale a la luz en la fantasía de paliza. Si se les pregunta con insistencia, las pacientes sólo exteriorizan: «Probablemente yo estoy mirando».En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes ahora muchos niños”Recordemos que “La situación originaria, simple y monótona, del ser azotado puede experimentar las más diversas variaciones y adornos, y el azotar mismo puede ser sustituido por castigos y humillaciones de otra índole. Empero, el carácter esencial que diferencia aun las fantasías más simples de esta fase de las de la primera y establece el nexo con la fase intermedia es el siguiente: la fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista.”La fantasía de la época del amor incestuoso había dicho:«El (el padre) me ama sólo a mí, no al otro niño, pues a este le pega».La conciencia de culpa no sabe hallar castigo más duro que la inversión de este triunfo:«No, no te ama a ti, pues te pega».Entonces la fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. Así pues, la fantasía ha devenido masoquista.Es la conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo.Pues justamente en estos niños se ve particularmente facilitado un retroceso a la organización pre genital sádico-anal de la vida sexual. «El padre me ama» se entendía en el sentido genital, por medio de la regresión se muda en «El padre me pega (soy azotado por el padre) ».
Este ser-azotado es ahora una conjunción de conciencia de culpa y erotismo; no es solo el castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo, y a partir de esta última fuente recibe la excitación libidinosa que desde ese momento se le adherirá. (sólo esta es la esencia del masoquismo).
tercera fase, su configuración definitiva en que el niño fantaseador sigue apareciendo a lo sumo como espectador, y el padre se conserva en la persona de un maestro u otra autoridad. La fantasía, semejante ahora a la de la primera fase, parece haberse vuelto de nuevo hacía el sadismo. Produce la impresión como si en la frase «El padre pega al otro niño, sólo me ama a mí» el acento se hubiera retirado sobre la primera parte después que la segunda sucumbió a la represión. Sin embargo, sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción que se gana con ella es masoquista, su intencionalidad reside en que ha tomado sobre sí la investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la conciencia de culpa que adhiere al contenido. En efecto, los muchos niños indeterminados a quienes el maestro azota son sólo sustituciones de la persona propia.aquí se muestra por primera vez algo que semeja una constancia en el sexo de las personas al servicio de la fantasía. Los niños azotados son casi siempre varoncitos, tanto en las fantasías de los varones como en las de las niñas. Y este rasgo no se explica evidentemente por alguna competencia entre los sexos, pues de lo contrario en las fantasías de los varones tendrían que ser más bien niñas las azotadas; por otra parte, tampoco tiene nada que ver con el sexo del niño odiado de la primera fase, sino que apunta a un complicado proceso que sobreviene en las niñas. Cuando se extrañan del amor incestuoso hacia el padre, entendido genitalmente, es fácil que rompan por completo con su papel femenino, reanimen su «complejo de masculinidad» (Van Ophuijsen [1917] ) y a partir de entonces sólo quieran ser muchachos. Por eso los chivos expiatorios que las subrogan son sólo muchachos. En los dos casos de sueños diurnos -uno se elevaba casi hasta el nivel de una creación literaria-, los héroes eran siempre sólo hombres jóvenes; más aún: las mujeres ni siquiera aparecían en estas creaciones, y sólo tras muchos años hallaron cabida en papeles secundarios.“La perversión ya no se encuentra más aislada en la vida sexual del niño, sino que es acogida dentro de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad de típicos -para no decir «normales»-. Es referida al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo del niño; surge primero sobre el terreno de este complejo, y luego de ser quebrantado permanece, a menudo solitaria, como secuela de él, como heredera de su carga {Ladung} libidinosa y gravada con la conciencia de culpa que lleva adherida (constitución del superyó).
La fantasía de paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos precipitados del complejo de Edipo.
La trasmudación del sadismo en masoquismo parece acontecer por el influjo de la conciencia de culpa que participa en el acto de represión. Entonces, la represión se exterioriza aquí en tres clases de efectos:-vuelve inconciente el resultado de la organización genital.-constriñe a esta última a la regresión hasta el estadio sádico-anal-muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en cierto sentido de nuevo narcisista.“¿De dónde viene la conciencia de culpa? Tampoco aquí los análisis nos dan respuesta alguna. Pareciera que la nueva fase en que ingresa el niño la llevara consigo y, toda vez que perdura a partir de ese momento, correspondiera a una formación cicatricial como lo es el sentimiento de inferioridad (típico de la neurosis).E. Bleuler [1913a] (ver nota) ha admitido como algo asombroso e inexplicable que los neuróticos sitúen el onanismo en el centro de su conciencia de culpa. Por nuestra parte, supusimos desde siempre que esa conciencia de culpa se refería al onanismo de la primera infancia y no al de la pubertad, y que debía referírsela en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base, si bien de manera inconsciente -vale decir, la fantasía proveniente del complejo de Edipo.
Es de importancia incomparablemente mayor la segunda fase, inconsciente y masoquista:la fantasía de ser uno mismo azotado por el padre.No sólo porque continúa su acción eficaz por mediación de aquella que la sustituye; también se pesquisan efectos suyos sobre el carácter, derivados de manera inmediata de su versión inconsciente.Los seres humanos que llevan en su interior esa fantasía muestran una particular susceptibilidad e irritabilidad hacia personas a quienes pueden insertar en la serie paterna; es fácil que se hagan afrentar por ellas y así realicen la situación fantaseada, la de ser azotados por el padre, produciéndola en su propio perjuicio y para su sufrimiento. “No me asombraría que alguna vez se demostrara que esa misma fantasía es base del delirio querulante paranoico”.Las dos fases conscientes parecen sádicas; la intermedia -la inconsciente- es de indudable naturaleza masoquista; su contenido es ser azotada por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa.La persona que pega es desde el comienzo el padre; luego, alguien que hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía inconsciente de la fase intermedia tuvo originariamente significado genital; surgió, por represión y regresión, del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Dentro de una conexión al parecer más laxa viene al caso el hecho de que las niñas, entre la segunda y la tercera fases, cambian de vía su sexo, fantaseándose como varoncitos.
Algunos hallaban su satisfacción sexual exclusivamente en el onanismo tras fantasías masoquistas;otros habían logrado acoplar de tal suerte masoquismo y quehacer genital que por medio de escenificaciones masoquistas y bajo condiciones de esa misma índole conseguían la meta de la erección y eyaculación o se habilitaban para ejecutar un coito normal.A esto se sumael caso, más raro, del masoquista perturbado en su obrar perverso por unas representaciones obsesivas que emergen con intensidad insoportable.“Es difícil que los perversos satisfechos tengan razones para acudir al análisis; pero en los tres grupos mencionados de masoquistas pueden presentarse fuertes motivos que los conduzcan al analista.El «ser-azotado» de la fantasía masculina, como la llamaré en aras de la brevedad y espero que sin dar lugar a malentendidos, es también un «ser-amado» en sentido genital, pero al cual se degrada por vía de regresión. Por ende, la fantasía masculina inconciente no rezaba en su origen «Yo soy azotado por el padre», según supusimos de manera provisional, sino más bien «Yo soy amado por el padre». Mediante los consabidos procesos ha sido trasmudada en la fantasía conciente «Yo soy azotado por la madre».La fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo, mismo pasiva, nacida efectivamente de la actitud femenina hacia el padre. Entonces, como la femenina (la de la niña), corresponde también al complejo de Edipo, sólo que el paralelismo entre ambas por nosotros esperado debe trocarse por una relación de comunidad de otro tipo: En ambos casos la fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre.
Diversidades entre las fantasías de paliza de ambos sexos:En el paso a la fantasía consciente que sustituye a la anterior [la tercera fase], la niña retiene la persona del padre y, con ella, el sexo de la persona que pega; pero cambia a la persona azotada y su sexo, de suerte que al final un hombre pega a niños varones.Por lo contrario, el varón cambia persona y sexo del que pega, sustituyendo al padre por la madre, y conserva su propia persona, de suerte que al final el que pega y el que es azotado son de distinto sexo.En la niña, la situación originariamente masoquista (pasiva) es trasmudada por la represión en una sádica, cuyo carácter sexual está muy borrado, mientras que en el varón sigue siendo masoquista y a consecuencia de la diferencia de sexo entre el que pega y el azotado conserva más semejanza con la fantasía originaria, de intención genital.