miércoles, 29 de julio de 2015

Freud, S (1914): Recordar, repetir, reelaborar

Se plantea la labor de deducir de las ocurrencias espontaneas del analizado aquello que no conseguía recordar. La resistencia ha de ser burlada por la interpretación y la comunicación de sus resultados al enfermo.
El médico revela al enfermo resistencias que él mismo desconoce y una vez vencidas, el sujeto relata sin esfuerzo situaciones olvidadas.
Naturalmente, el fin de esta técnica ha permanecido: la supresión de las lagunas del recuerdo (en lo descriptivo) y el vencimiento de las resistencias de la represión (en lo dinámico).
El analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo sino como acto. Lo repite sin saber que lo hace.
Ejemplo: el analizado no cuenta que recuerda haberse mostrado rebelde a la autoridad de sus padres sino que se conduce de esta forma con respecto al médico.
Ejemplo II: el analizado no recuerda haberse avergonzado intensamente de ciertas actividades sexuales y haber temido que los demás lo descubriesen sino que se avergüenza del tratamiento y procura mantenerlo en silencio.
No dejará iniciar la cura con tal repetición.
Cuando en el curso del análisis se hace hostil o muy intensa la transferencia, el recuerdo queda sustituido en el acto por la repetición y así las resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones. El enfermo extrae del arsenal del pasado las armas con las cuales se defiende contra la continuación de la cura y de las cuales hemos de ir despojando poco a poco.
Hemos visto que el analizado REPITE en lugar de RECORDAR, y que lo hace bajo las condiciones de la resistencia.
¿Qué es lo que repite?
Repite lo incorporado a su ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizadas y sus rasgos patológicos. La enfermedad del analizado no pude cesar con el comienzo del análisis y no debe tratarse como un hecho histórico sino como una potencia actual. Poco a poco vamos atrayendo a cada uno de los elemento de la enfermedad y haciéndolos entrar en el campo de acción de la cura, y mientras el enfermo los va viviendo como algo real, vamos nosotros practicando en ellos nuestra labor terapéutica.
La iniciación del tratamiento trae ya consigo una modificacion de la actitud consciente del enfermo ante su enfermedad. Generalmente se ha limitado a dolerse de ella y a despreciarla sin estimar su importancia. El sujeto ha de tener el valor de ocupar su atención con los fenómenos de su enfermedad, a la cual no debe ya despreciar sino considerar como adversario digno, como una parte de su ser, fundada en motivos importantes y de la cual podrá extraer valiosas enseñanzas para su vida ulterior.
De esta forma preparamos desde un principio la reconciliación del sujeto con lo reprimido que se manifiesta en sus síntomas y por otro lado concedemos a la enfermedad un margen de tolerancia. Si la nueva relación con la enfermedad agudiza algunos conflictos y hace pasar a primera línea otros síntomas, podemos “consolar” al sujeto observándole que se trata de agravaciones necesarias pero pasajeras.
El triunfo de la cura consiste en derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto tendía a derivar por medio de un acto.
La adhesión al producto de la transferencia integra ya un valor y el tratamiento logra impedir al paciente todos los actos de repetición y utilizar el propósito de ejecutarlos como material para la labor terapéutica.
Caso: una señora ya madura había abandonado en varias ocasiones su casa y a su marido sin alegar motivo consciente para tales fugas. Al iniciar el tratamiento analítico mostraba una transferencia positiva pero la misma se volvió muy intensa y al cabo de una semana la paciente “abandonó” el tratamiento. Aquí la REPETICIÓN. La mejor manera de refrena la compulsión repetidora y convertirla en un motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transferencia, a partir de la cual conseguimos dar a los síntomas una nueva significación, sustituyendo su neurosis vulgar por una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor terapéutica.
De las reacciones de la repetición que surgen en la transferencia parten luego los límites ya conocidos para la evocación de los recuerdos, los cuales surgen sin esfuerzo aparente una vez vencidas las resistencias.
El vencimiento de las resistencias se inicia revelando el médico al analizado la existencia de las mismas. Parece que algunos analistas principiantes se inclinan a creer que esta labor inicial es toda la que ha de llevar a cabo. De nada sirve lamentarse si se revela al paciente su resistencia sin conseguir resultado positivo sino más bien una intensificación de la resistencia. Cuando parece que la cura está estancada, en realdad está siguiendo su camino.


El médico debe saber que la revelación de la resistencia no puede tener por consecuencia inmediata su desaparición. Ha de dejarse tiempo al enfermo para ahondar en la resistencia, elaborarla y dominarla.






El sindrome de la ultima pija (Patricio Leone)
Dos cosas me llamaban la atención de ella.
Era diminuta.
Muy.
Y venía siempre con un tapadito de paño verde.
Algo más: era apática al calor.
No importaba la temperatura, se acomodaba en el diván, y se cubría con su tapadito.
Recuerdo que la atendía en un consultorio totalmente vidriado que daba al Oeste.
También recuerdo una tarde asfixiante, con un sol indomable, en la que el equipo de aire bramaba, intentando complacerme.
Entró, se recostó, se cubrió con su tapadito verde, giró la cabeza y me dijo, tenue pero firme:
 ¿Se podrá apagar el aire?
Casi le grito que no, pero me levanté, apagué el aire, obediente, y el Consultorio comenzó a parecerse al Hades.
 Gracias – me dijo, y creí percibir una media mueca burlona.
Mi cuaderno quedó rápidamente borroneado por las viscosas gotas de sudor que se despeñaban de mi frente.
Era bella.
Muy.
Con una sagacidad cínica y una melódica forma de construir oraciones, que me fascinaba.
Pero no tenía suerte con los hombres.
Desfilaban, huidizos, breves, inconsistentes, luego de un sexo random que la insatisfacía.
Y volvía a su Ex, ese al que demolía, ese que la aburría, ese sin valor.
 Volví con mi Ex.
– Yo recuerdo mal, o ¿dijiste que no soportabas ni nombrarlo?
 Con mis Amigas desarrollamos un concepto. Lo llamamos “El Síndrome de la Última Pija”
Casi me caigo del sillón.
Luego de acallar la carcajada, le pedí que se explayara.
– Eso – me dijo, entre orgullosa por mi risa, y abatida por la solidez de lo que iba a decir
– Una termina con su pareja, porque ya no aguanta más esa relación tediosa, y comienza a buscar. Lo que viene es tan hostil, tan repugnante, tan nada, que vuelve, resignada, a… la última pija. Está ahí, a mano. Ya la conocemos, nos conoce, no hay que trabajar, no hay que fingir, no hay sorpresas.
– ¿Y no apostás a otras pijas? – pregunté, completamente metido en el relato.
– Me gustaría, pero hay días que no doy más…
Era inteligente.
Muy.
Y buscaba otra cosa.
– No voy a venir más – me dijo – No sos lo suficientemente lacaniano.
La miré con una sonrisa que preparaba desde hacía tiempo.
– Si ese es el motivo, no tengo nada que decirte. Francamente, no lo soy.
Nos abrazamos, sin pompas, y se fue.
Al tiempo, recibí un llamado suyo:
– Hola, Patricio. ¿Puedo retomar mi Terapia?
Convinimos un horario.
Llegó, con su tapadito de paño verde, animada.
– ¿Voy directo al diván? – me preguntó.
– No. Antes respondeme algo. ¿Esta escena no se parece mucho al “Síndrome de la Última Pija”?
Quedó perpleja.
Pensó un momento, callada, recóndita, inabordable.
– Tenés razón – dijo, abrumada -. ¿Te tengo que pagar?
– No. No hace falta. Así está muy bien.
Se fue, con sus pasitos exiguos, verdemente diminutos, y nunca más volví a verla.

Ella me enseñó que esa sórdida tentación de repetir es tan potente, tan invisible, tan astuta, que sólo la Clínica puede hacer algo para desactivarla