sábado, 17 de enero de 2015

Ataque de pánico


La angustia emerge cuando falta la falta, cuando el deseo ha quedado colmado y obturado por la presencia de algo que –debiendo haber quedado oculto- se ha revelado y manifestado.
Irrumpe así el objeto a, produciendo una inquietante extranjeridad y desorganizando el campo de la realidad, del yo y del cuerpo.

Lacan plantea su tesis sobre el estadio del espejo para referirse a la constitución del yo, metiéndose así en el campo de la identificación, donde interactúan lo simbólico y lo imaginario. Propone que el infans (cachorro humano) será introducido en el campo del lenguaje gracias al Otro (Otro simbólico). El yo se constituye a medida que el niño comienza a sentir placer por la imagen que le devuelve el espejo: ya sea la imagen de sí mismo, o la imagen de un semejante. Se ve a sí mismo. La imagen devuelve una ilusoria creencia de unidad totalizadora, aunque el yo se sabe fragmentado. La imagen hace de muleta ortopédica. Dirá Lacan que la palabra antecede a la mirada: el niño no se reconocería en el espejo si no hay alguien que, a través de la palabra, de lugar a esa imagen. Es así que los animales no se reconocen en el espejo pues carecen de lenguaje.
He aquí el ingreso en el mundo simbólico, la constitución del yo y del sujeto (sujetado al lenguaje) y la producción de subjetividad. Un cuerpo atravesado por la palabra: un cuerpo libidinisado. El Otro irá respondiendo y no respondiendo ante la necesidad del niño. Necesidad, que interpretada por el Otro, en su pasaje por el desfiladero del significante, se transforma en demanda. El pequeño irá dando cuenta de la no omnipotencia del Otro materno, es decir, que no siempre responde a la demanda. Allí el lugar de la falta. El Otro deja de ser omnipotente, un Otro que no siempre responde. El Otro no lo puede decir todo y pasa a estar atravesado por la falta. El sujeto, al percibir que no hay respuesta a su demanda, también quedado dividido: queda en falta.
Retomando: “La angustia emerge cuando falta la falta
Ocurre que, según Lacan, esta entrada en el mundo simbólico no es perfecta. Todo lo contrario. El ser hablante sufre los efectos del lenguaje.  Lacan habla de una perdida de la naturalidad experimentada por el sujeto a partir de la acción del significante que lo introduce en el mundo simbólico. El sujeto hablante, introducido en el mundo simbólico, perderá lo que los animales no han perdido: el goce todo. Si en los seres humanos hay goce pulsional, ello se debe a que no hay goce completo de la complementariedad sexual. El goce es siempre goce del cuerpo. (“no hay relación sexual”).
En los animales hablamos de agujeros. Solo con el orden simbólico, el agujero pasa a ser castración en el plano del ser hablante.

Es en el seminario 10 donde Lacan construye al objeto a, carente de representación tanto a nivel simbólico como imaginario, siendo la angustia la única forma de manifestación del objeto a. Es el objeto causa del deseo, se encuentra por detrás del deseo. Este objeto tiene antecedentes en el objeto parcial de Freud y el objeto transicional en Winnicott pero lo original está en que se inscribe en el proceso de constitución del sujeto a partir del significante, constitución que requiere la presencia del Otro como lugar de los significantes que preceden al sujeto. En este proceso de constitución del sujeto en el Otro, queda un resto. Algo no queda capturado por el significante: el objeto a. Por ser el resto de la operación por la que la estructura del lenguaje da origen al sujeto, el objeto a es también efecto del lenguaje.

El objeto a al desnudo (sin los paréntesis de la imagen tranqulizadora que devuelve el espejo) vehiculiza un goce que escapa a la posibilidad de simbolización.
El sujeto vacila, desprovisto de su imagen unificada, sostenida en el Otro simbolico. Se encuentra entonces desprovisto del reconocimiento como persona en el deseo del Otro y queda librado, como objeto, al capricho del Otro. Tambalea el fantasma (“Si quiero ser causa de ese deseo, Para calmar ese deseo, para realizar el deseo del Otro barrado, si me pongo en el lugar de causa del deseo del Otro, lo que hago es tapar el agujero del deseo del Otro. Aquí no se trata de recuperar el objeto perdido sino se trata de cómo hago para asegurarme que tengo un lugar en el Otro. La forma de tener un lugar es ser su causa, provocarle un deseo. La forma de colmar esa perdida es siendo el objeto causa que tapa la perdida. Cuando el objeto causa tapa la perdida forma parte del fantasma, es la forma que tiene el sujeto para reparar con plastilina la falta en el Otro”)

Entonces, la angustia surge en el punto donde, desprovisto de la imagen unificadora que devuelve el espejo, queda un “objeto para el Otro” donde debería haber un sujeto apoyado en lo simbólico.



Dice Freud en su segunda teoría sobre la angustia que la misma no es el resultado de la represión, sino su condición: el Yo es el único capaz de generar y sentir angustia, el que se defiende de los peligros del Ello y del Superyó, como lo hace del mundo exterior, es decir generando una pequeña señal de angustia, o apronte angustiado, que pone en marcha el mecanismo del principio de placer (que busca evitar un displacer mayor que sobrevendría con el desarrollo completo de la angustia) y activa así el mecanismo de represión que pone al Yo a salvo de la moción pulsional peligrosa, cuya satisfacción acarrearía la consecuencia temida o la consumación de la situación de peligro.

Para que la angustia se imponga como “ataque de pánico” es necesario que la angustia pierda su valor de señal, lo que implicaría una imposibilidad de escape, un encierro. La angustia como señal “da un aviso” con el fin de evitar el encuentro del sujeto con el objeto que lo perturbaría. Cuando la angustia funciona como señal, el objeto a mencionado anteriormente queda velado, cubierto, en secreto. Cuando la angustia no avisa, deja de ser señal, da lugar a la irrupción de eso que se llama “ataque de pánico”, al encuentro con el objeto atemorizante.
El ataque de pánico, llamado “ataque de angustia” por Freud allí por 1895, implica la falta de movimiento. La angustia del ataque de pánico no está ligada a ninguna representación, se expande en forma no discursiva.

El sujeto queda a merced del Otro, que lo demanda justamente allí donde se queda sin recursos. El Otro, en lugar de sostener, ya no ofrece garantía alguna.

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