Complejo de
Edipo: situación por la que todos los niños están destinados a pasar. Su
contenido retorna en la saga griega del rey Edipo, que mata a su padre y toma
por esposa a su madre. Es necesario describir por separado el desarrollo del
niño y el de la niña, pues ahora la diferencia de los sexos alcanza una
expresión psicológica.
El primer
objeto erótico del niño es el pecho materno, amor que tiene lugar apuntalado en
la necesidad de ser alimentado. Este primer objeto se completa luego en
la persona de la madre, quien no solo nutre sino también cuida y provoca en el
niño diferentes sensaciones, placenteras y displacenteras. La madre deviene
como la primera seductora del niño, arraigándose la significatividad única de la
madre, que es incomparable y fija para toda la vida en ambos sexos.
Cuando el
varoncito entra en la fase fálica (tres años) de su desarrollo libidinal y recibe
sensaciones placenteras de su miembro sexual deviene amante de la madre. Su
masculinidad tempranamente despertada busca sustituir junto a ella al padre,
quien es visto como rival
y como estorbo. La madre de alguna manera medita que
no es correcto consentir la excitación del varoncito, pues “amenaza” con
quitarle la cosa con el cual él la desafía. Cede al padre la ejecución de la
amenaza para hacerla más terrorífica y creíble: se lo dirá al padre y él le
cortara el miembro. Al caer bajo el influjo del complejo de castración,
el niño se enfrenta al trauma más intenso de su joven vida.
Los efectos
de la amenaza de castración son múltiples e incalculables. Para salvar su
miembro sexual, renuncia de manera casi completa a la posesión de la madre, y
su vida sexual permanece aquejada por esa prohibición para siempre. El muchacho
cae en una actitud pasiva hacia el padre.
Los efectos
del complejo de castración son más uniformes en la niña y no menos profundos.
Ella no tiene que temer la pérdida del pene, pero no puede menos que reaccionar
por no haberlo recibido. Desde el comienzo envidia al varón por su posesión. Tiene
lugar así la “envidia del pene”
Si la niña
pequeña persevera en su primer deseo de convertirse en varón, en el caso
extremo terminara como homosexual o de lo contrario expresara en su posterior
conducta de vida rasgos masculinos. El otro camino para por el desasimiento de
la madre amada, a quien la hija, bajo la envidia del pene, no puede perdonar
que la haya librado al mundo tan defectuosamente dotada, pues resigna a la madre
y la sustituye por otra persona como objeto de amor: el padre.
Su nueva
relación con el padre puede tener al principio el deseo de disponer de su pene,
pero culmina con otro deseo: recibir el regalo de un hijo. Así, el deseo del
hijo reemplaza al deseo del pene.
En el varón,
la amenaza de castración pone fin al complejo de Edipo, y en caso de la mujer,
al contrario, esta es esforzada hacia su complejo de Edipo por el efecto de la
falta de pene.
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