miércoles, 31 de julio de 2013

Rassial, J: El pasaje adolescente: de la familia al vínculo social

Entre los estatutos de madre y de padre no hay solo una diferencia anclada en lo biológico de la diferencia sexual, sino una diferencia de valor: así, el vinculo de la madre con el hijo es primero real (el hijo es un pedazo despegado del cuerpo de la madre, por lo tanto imaginario, es la madre quien sostendrá para el hijo la construcción del mundo exterior y de su yo corporal), mientras que el vinculo del padre con el niño es un vinculo que para existir debe ser propuesto, introducido y sostenido imaginariamente por la madre, es un vinculo primero simbólico.
El adolescente tiene una tendencia a evocar a los padres como un todo y cuando habla de los adultos descuida con frecuencia la diferencia sexual ("Me vienen a buscar mis "papas"). 
¿Qué es un adulto si no es un padre o alguien que representa a los padres?
Rassial se pregunta: ¿Qué es lo que, de la adolescencia de los hijos, esta en juego para los padres? E inmediatamente responde: un cambio de lugar.
Ser padre no es una cualidad intrínseca del ser humano: es primero una función, luego una posición ocupada en relación a otro sujeto y modifica cuando el niño pasa a ser adolescente. No es lo mismo ser padre de un hijo y transformarse en padre de un adulto.
La adolescencia de los hijos, que para ellos es una crisis, será también una crisis necesaria para la organización familiar, obligando a los padres a reinventar su lugar.

Rassial propone dos tiempos: primero, lo que son los padres para el adolescente, lo que él espera de ellos y lo que puede esperar. En segundo lugar, un tiempo basado en lo que para los padres se pone en juego de la adolescencia de sus hijos.

Lo que son los padres para el adolescente: el primer efecto de la pubertad es que el cuerpo del niño se transforma en un cuerpo de adulto. Las consecuencias son signos secundarios (cambios de voz, etc.) y por otra parte el adolescente debe entonces efectuar un trabajo de apropiación, de reapropiación de la imagen del cuerpo tal como se había construido en la primera infancia alrededor del estadio del espejo. Lo que en la adolescencia garantiza esta imagen del cuerpo es lo que verán y dirán los semejantes del adolescente y sobre todo las eventuales parejas del otro sexo.
En un primer tiempo, la pubertad puede ser vivida por el adolescente como una falta, incluso como una enfermedad. En un segundo tiempo, podría ser vista como una competición con los padres: cuando el adolescente se apropia de los atributos del adulto comienza a oponerse a toda su autoridad que ya no se apoya sobre esta diferencia corporal.

Otra consecuencia no menos importante de la pubertad es no solo que el adolescente se convierte en un adulto sino que se convertirá potencialmente en un padre o una madre.

La adolescencia es la edad de los malos entendidos entre padres e hijos, un malentendido que se trata de descubrir que de creer resolver. Los padres formulan con frecuencia dos quejas correspondientes a sus hijos adolescentes: son insolentes y no responden. Insolente es afirmar su soledad, incluso reivindicarla extrayéndose del juego social, de lo que llamamos el bienestar, el hecho de comportarse bien en la sociedad.
Que un hijo responda significa que en lugar de obedecer y permanecer en el lugar que se les asigna a partir del discurso de los padres, pronuncia una palabra, una palabra de más, aun cuando sea insignificante. En ese diálogo entre los adolescentes y sus padres, cada uno a su manera se siente desbordado.

Más allá de la insolencia adolescente, al dirigirse a los padres, se pone a la vez en posición de demandar, de contradecir y de imitar, y alterna entre estas tres posiciones para hacer que se completen.
Demandar: solicitaciones repetidas del adolescente para recibir de sus padres tal objeto o autorización. No es necesario rechazar las demandas pero hay que medir que lo que se demanda. El adolescente demanda y con ella se refleja el derecho de demandar reconocido como legitimo y si él se precipita en la demanda es en alguna medida para responder a lo que se dijo cuando era niño y que la pubertad ha debido advenir: la promesa de que cuando sea mayor tendría el goce de un placer prohibido.
Contradecir: el sentido de la contradicción corresponde en el adolescente a su exigencia ilusoria de un discurso sin contradicción. El adolescente subrayara frecuentemente con inteligencia las contradicciones internas del discurso de los padres. Es necesario concebir ese placer de contradecir en paralelo con el idealismo de los adolescentes en el doble sentido de una rebelión contra la autoridad y de una pasión por la utopía.
Imitar: imitar rige las relaciones filiales. Hay una escucha semejante entre los adolescente y no lo que son los padres, aquello en lo que se han convertido, sino aquello que han sido en su adolescencia, lo que han soñado ser o al contrario han reprimido de sus propios deseos.

Los padres son remitidos a su propia adolescencia: sus hijos le muestran de un modo deformado la imagen de su propia adolescencia como un momento difícil pero también un momento de juventud, invención y elección. Los padres pueden entonces reencontrar esos sueños. Sin embargo no pueden dejar de verse confrontados nuevamente en forma retrospectiva a la cuestión de la relación de sus propios padres. La respuesta de los padres a esta implicación de su imagen podrá tomar un estilo maniaco, soñando reencontrar una libertad infantil perdida hace tiempo. Veremos así por ejemplo ciertos padres volver al deporte o al ejercicio.
Relación padres-adolescente: crisis de la madurez: la primera idea de Rassial consiste en evitar tomar con demasiada facilidad a lo trágico las experiencias de la adolescencia: tal o tal pasaje a acto que en el adulto señalaría un proceso patológico, en el adolescente con frecuencia no hace sino marcar la exigencia psíquica de experimentar su nueva existencia en el mundo. El gusto por el riesgo que caracteriza a los adolescentes, sus intentos de traspasar prohibiciones que inquietan a los padres, son un pasaje obligado y útil hacia elección de vida que deben efectuar.
La segunda idea es que la función del padre del adolescente implica a la vez un cambio radical de lugar y una modificación progresiva. Hay un momento en el que los padres deben expresar, verbalizar un doble cambio de estatuto, cambio para ellos y para su hijo. No se trata de soltar en ese cambio a los hijos, sino que es y debe ser concebido conscientemente como un trabajo para que los padres puedan aceptar e integrar lo que en definitiva es una separación. Es importante que la separación haya sido prevista y preparada.

La educación es un camino hacia la separación. Educar es “conducir fuera de”. Ser padre no es hacer de los hijos una parte de si sino considerarlos lo más pronto no adultos sino como futuros adultos. La dificultad está en ese futuro porque el niño y en cierta medida el adolescente tienen también una necesidad de ser protegidos, contenidos. Encontrar el equilibrio a cada nuevo paso entre ese contener y ese separarse es el difícil trabajo psíquico de los padres.

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